A mi papá le decían «Smock», tenía su cabello güero y la piel bronceada por las jornadas de trabajo al sol, no era guapo, probablemente lo fue, pero esa mirada severa y su carácter de los mil demonios, lo volvían un ogro al que le molestaba todo, los ruidos, mi tic nervioso de las piernas, hasta la manera de lavar un plato, un día me gritó -¡Lávalo en sentido de las manecillas del reloj!- se suponía que yo era el loco con su obsesiva compulsividad, pero queda claro de dónde lo heredé.
Cuando él estaba, yo era muy torpe, le temía, vivía pensando en la reacción que mis movimientos pudieran desencadenar «¿Y si muevo el brazo derecho y tiró el agua?» entonces movía el izquierdo y tiraba la salsa y en mi desesperación tiraba también el agua y la sopa; era seguro que ese día me tocaba alambrazo (correctivo que papá me aplicaba con un alambre trenzado) a veces complementado con un baño de agua fría a presión «¡como bañan a los loquitos!». Traté de desaparecer el alambre, pero siempre regresaba a mi vida.
Así que cuando eres niño y creces con terror del Smock, tratas de ser complaciente, de no tirar el agua, de no respirar pero sobre todo ¡¡¡de NO MOVERTE!!! El único día libre de terror era cuando papá tomaba alcohol y se ponía «Feliz». Aunque el riesgo era mínimo, el único miedo era que se le cruzara el alcohol, con el vino, la cerveza, la coca, o la marihuana, por qué entonces si, el monstruo regresaba más neurótico que nunca.
Al hacer los deberes me encantaba extender mis libros, colores y libretas sobre mi cama como un mercadito; él regresaba tarde del trabajo, muy sonriente por el alcohol en su sangre, así que aprovechaba para sacar mi mercado de libros, leer esto, leer aquello, dibujar aquí, escribir acá, pero un día llegó mucho antes de lo esperado, y como huracán que no avisa y sin darme chanza de esconder nada, entró a mi cuarto, encontró mis libros y los partió uno a uno por la mitad rompiéndolo todo en cachitos… Mientras rompía mis útiles, lo ví rebuscar el alambrito para hacer cuentas, tal parecía que mi deuda sería eterna…
Si bien mi torpeza siempre tuvo al Smock como principal mecenas de mis accidentes habituales, logré adaptarme a su neurosis, desarrollé un método: no juegues frente a él o juega con los juguetes de tus amigos, esos no los puede romper, no leas o lee a escondidas por las noches con el foquito que tú mamá te puso porque te da miedo la oscuridad, cuando hagas
tareas y él llegué envuelve todo en la colcha y mételo bajo la cama (ya lo sacarás cuando se marche), nunca comas un taco de tres mordidas porque el Smock se enoja, no pidas nada cuando él está, come lo que tengas en el plato despacito aunque no te guste, sin sorber por qué haces ruido, sin hacer ruido, sin moverte, busca un refugio, y no salgas de él hasta que se vaya y ¡no HAGAS RUIDO!
Un día me llevó a comprar zapatos, pasé frente al aparador de una escuela de arte y me entretuve viendo tras la ventana a los alumnos pintando paisajes llenos de nubes y soles deslumbrantes, «¡Pero qué bonito! (pensé) ojalá pudiera estar ahí aprendiendo a pintar… y tenga, un ¡TRAZCALA! en la cabeza que me regresó a la realidad -¡Y nomás dónde chilles!- Y con ese trazcala, olvídate también de un refresquito o de una dona pues ya provocaste la furia del Smock, y me aventaba media hora de camino con insultos y gritos. Mi mamá solía decir -¡Cuando te pegué en la calle, corre con un policía y dile!- Siempre busqué el valor para pedir ayuda pero nunca sucedió, el miedo me paralizaba y yo seguía caminando tres pasos adelante para evitar que me golpeara la cabe… y TRAZKALA!, Otro coscorrón más cada que me alcanzaba, -¡Camina bien! ¡Así no!, ¡apúrate!, ¿Ay ya vas a llorar?- ¡otro trazcala!, mis recuerdos siempre borrosos se empañaron por las lágrimas que trataba de esconderle al demonio que caminaba a mi lado.
Pero un día, la vida nos permitió huir escondidos en un camión de redilas, con el alma colgando de un hilo y los pocos recuerdos de una vida que a veces parezco olvida, metidos en cajas de cartón… y entonces tuve la oportunidad de conocer a maestros que cambiaron mi perspectiva de vida, pude tener los libros con los que tantas veces soñé, por fin logré mi sueño de aprender a pintar y aunque a veces cometía errores e instintivamente me tapaba la cabeza cuando el maestro me decía -¿Qué pasó aquí?- aprendí a valorar las caricias para el alma que el maestro me hacía cuando con ternura me ayudaba a corregir mi error para despedirme con una palmadita en la cabeza… por fin encontré mi refugio, El arte cambió mi vida, era posible ser feliz entre pinceles y pinturas.
Ahora que soy adulto, arrastro el peso de todos esos fantasmas que a veces me asfixian en la noche, hace algunos años mientras tomaba el café de mi desayuno, escuchaba a la vecina que diariamente le gritaba a su hijo pequeño porque se peinó mal, porque derramó unas gotas de leche sobre la mesa y fue cuando me di cuenta que allá afuera de mi refugio y mi privilegio, había muchos niños jugando a ser una versión chiquita del Charlie torpe, que tiraba la salsa y el agua, a veces los gritos se acompañan de golpes y llantos de niños, y fue cuando pensé que era necesario crear un refugio para estos pequeños Carlitos que su único error era ser niños y no poder madurar a la velocidad que sus padres desearían… me llegué a meter en problemas por defenderlos, finalmente como diría mi vecina «¡a usted que le importa son mis hijos y hago con ellos lo que quiera!» Y fue entonces cuando nació «LiberArte Arte con Propósito» un refugio para enseñar a aquellos menos favorecidos, qué a veces esos gritos del Smock son temporales, son producto de una neurosis, del estrés, de la pandemia, pero que nunca, en ninguno de los casos son su culpa. Todos me preguntan qué ganas enseñando a esos niños a hacer arte, Y mi respuesta es -¡No gano NADA!, de hecho no creo siquiera que ellos entiendan con su inocencia, por qué un loco con la ropa llena de pintura los busca e invita a tallerear para que olviden por un momento su realidad, si bien la vida me trajo a esta colonia muy violentada y con muchas carencias, dónde los principales afectados son los niños, mi forma de ayudar es manteniendo vivo este refugio que a través del arte puede cambiar y transformar realidades de poquito en poquito, porque probablemente hoy no se vea el resultado, pero en un futuro tendremos un pintor, o un escultor, o un ilustrador al que LiberArte, cambió su vida de forma Diametral.
Pienso en todos esos torpes Charlies del mundo, no puedo hacer nada por ayudar a todos, pero si puedo ayudar a inspirar a los Charlies más cercanos a mi para que ellos aprendan de amabilidad, de generosidad y de dar sin mirar a quien, si dentro de veinte años ellos se vuelven personas de mal, desinteresadas en los demás, que sólo ven por ellos mismos tristemente habré fracasado, pero si hay un sólo Charlie que se sienta inspirado por lo que un loco Charlie hizo por ellos y tocamos su realidad y transformamos su entorno acariciando su espíritu con empatía, generosidad y valía por el mismo como ser humano, entonces lo habremos ganado todo.
Autor: Miembro OMLATAM Anónimo.